jueves, 25 de mayo de 2017

Diez años de insomnio


"Para dormir, lo único que hace falta es sueño"
Manuel Díaz Cervera


El último día que durmió bien, se volvió tan lejano, que parecía inexistente.  Cada amanecer lo recibía con espanto.  El sol no lo saludaba, sino que se burlaba de él y de los que esperan sin esperarlo. Y de primera, a vestirse, sin ganas, comer, sin ganas, hablar, sin ganas.  Solo quedaba la obra, el legado, la historia. El sacrificio.

Pero el sueño, era el único domador de su ira. Y ahora, el domador, se había ido lejos. Entonces la ira se hacía carne en él, porque el resto sí dormía, con ganas, comía, con ganas y vivían sus vidas, con ganas.

Y la ira es mala, pero es testaruda. La ira empuja. De mala gana, pero empuja. Así que luego entraba la vanidad a decir que no duerme por trabajar, que no duerme por ustedes, por nosotros.

No lo vio venir. Los piropos a su falta de sueño, eran más grandes que sus preocupaciones.  Era el hombre perfecto, el que no se despegaba de su trabajo, el que nunca descansa.

Pero así medio dormido, ¿qué se puede decidir?. ¿Cómo pensar en el futuro, cuando el presente se te cuelga de los párpados? Igual era impensable necesitar algo, ni siquiera algo tan básico como dormir bien. Él no podía pedir nada, porque ya se había dado entero. Y siempre hay tanto por hacer.

En piloto automático es fácil chocarse, equivocarse, perderse. Es fácil dejar que tus copilotos lo hagan por tí, porque al fin de cuentas, ellos sí pueden dormir. Ellos están más vivos, y tú solo estás para fachada.  Las ojeras, el rostro desencajado, son medallas, según tu apuesta. Has querido ser un mártir, aunque sea un mártir del trabajo sin fin.

No importó mucho a dónde nos estaba llevando tanto trabajo. Por lo menos no te podrán decir vago.

Diez años de insomnio, es mucho tiempo para una persona. Demasiados para un país.

Si hoy, por fín durmió, será porque sabe que tiene suficientes ovejas para contar.