lunes, 30 de mayo de 2011

El mismo cuento


A mis amigos músicos.



El día que descubrió sus superpoderes, Eduardo no fue al ensayo.  

Su madre, al escuchar un golpe seco en el baño, lo llamó desde la cocina.

-Eduardo, ¿qué pasó?

-¡Nada! - gritó desde el piso, un poco atontado y con los pantalones abajo.

Con mucha prudencia, la señora siguió lavando los platos, evitando imaginarse lo que su hijo habría estado haciendo.  A Eduardo, en cambio, le faltaban neuronas para explicarse lo que había pasado.  Solo una cosa le quedó bien clara.



-Puedo volar.

-¿Qué hablas loco? - le respondió Carlo extrañado.

-La plena, broder, yo estaba en el baño y...

-Ya simón, qué parero.  Si tu vieja no te dejaba salir, me hubieras dicho. Me hiciste gastar un gajo de mensajes.

El estruendo del redoblante de Cristian, el baterista, los hizo volver a la realidad.  Tenían solamente una hora para ensayar antes de la tocada del sábado, en el Santelli Rock Bar, donde iban a ser teloneros de la banda quiteña Papas sin Cuero.  

Los de Quito, venían a hacer el lanzamiento en Guayaquil de su segundo disco, Los Panes del Panecillo, grabado dos años antes con fondos procedentes de la producción del soundtrack de la última película del primo de Sebastián Cordero.  Ese mismo año lograron el reconocimiento de los medios locales al ser parte de un artículo en la sección Radar de la extinta Rolling, edición Colombia, en la que casualmente trabajaba el vocalista de los Papas sin Cuero, el Zuco Bucheli.

Fue el mismo Eduardo quien le propuso al dueño del Santelli que su banda, El Dexenlace, abrieran el show de aquel sábado.  Luego de un buen acuerdo económico (dos cervezas por cabeza y tres acompañantes), y con la condición de prestar la batería de Cristian para la tocada de los Papas, cerraron el trato.  Cristian se enteró del préstamo poco antes de empezar a tocar.

-¿Qué te pasa loco? Súbele a tu guitarra - le increpó Carlo, casi sin creer lo que acababa de decir.

- Nada - respondió Eduardo, mientras desganado giraba un poco la perilla de su amplificador.

- Ya muchachos, se terminó la hora - interrumpió el Sástire, dueño y huésped habitual  de la sala de ensayos.




- ¡Al aire!

- Ya estamos aquí con los chicos de Dexenlace, en exclusiva para la Metro Estación, la radio del rock, chicos ¿Cómo están?

- ¡Bien! Un poco cansados, pero con hartas ganas de destruir ahora en la noche en el Quitofest - dijo emocionado Eduardo.  Sus pupilas delataban el origen artificial de su ánimo.

- Así es, este festival organizado por la Fundación Contra el Ruido y auspiciado por tu radio, ¡la Metro! - gritó al micrófono la locutora estrella e improvisada entrevistadora, Karol Guerra -. Pero, cuéntanos Eddie, ¿es verdad que esta noche se cumplen dos años de lo que pasó en el Santelli?

- ¡Es verdad! - dijo Eduardo, o Eddie como ahora lo llamaban - .  Esa noche llegamos al Santelli, que ya no existe, pensando en ir a hacer el ridículo, porque un rato antes habíamos hecho una prueba de sonido desastrosa, y aparte la gente del sonido de los Papas sin Cuero nos movieron todo.  Ya te imaginas.  Para colmo, el lugar estaba repleto, había unas doscientas personas, una multitud y, la verdad, me puse nervioso.

- Y cuando a este man le entran los nervios, le salen los gases - dijo Cristian riendo.

- !Claro! - respondió la locutora, mientras le hacía señas al sonidista para que le baje el volúmen a la música de fondo.

- Digamos que esa noche, estaba muy nervioso - continuó Eddie  aguantándose la risa -.  Empezamos con un intro que habíamos preparado, en el que mezclábamos el bajo de Under Pressure de Queen con Banana Republicana, un tema que nunca grabamos.  La gente, como siempre, conversaba y chupaba sin pararnos mucha bola.  Recién a la cuarta canción, cuando teníamos un poco de atención en el coro “Y si tanto tú me quieres, pues ¿qué chucha haces aquí?”

- ¿Esa es Rebolera Mentirosa? - interrumpió Karol.

- La misma.  Como andaba con el estómago medio mal,  con la primera nota del solo, aflojé.  De repente, estaba volando - dijo Eddie con cierto aire místico- .  Todo el mundo se quedó frío, pero por alguna razón seguimos tocando.  Ahí me dí cuenta que, cada vez que pujaba, me elevaba un poco.  El solo terminó, y pude aterrizar sin caerme. Ni ensayándolo hubiese salido mejor.  Desde ese momento, la gente empezó a gritar “¡Vueeela! ¡Vueeela!” en todos nuestros conciertos.

- ¡Qué bueno! Lástima que se nos acabó el tiempo, ahora vamos con algo de The Doors...



En esa época Eduardo se dedicaba a organizar el Festival Esterofónico.  Era el primer intento serio de asociar a todas las bandas de la naciente escena guayaquileña (léase los panas de Eddie).  

A los otros Dexenlace no les gustaba mucho la idea.  

Para ellos era una pérdida de tiempo preocuparse de lo que pasaba en Guayaquil, cuando ya ellos eran asiduos participantes del circuito latinoamericano de festivales de rock (fueron dos veces al escenario secundario del Rock al Parque de Bogotá, y solo una de ellas a tocar).  

Además, les preocupaba que Eddie no le dedique suficiente tiempo (y dinero) a la promoción del nuevo disco, que por suerte no se habían demorado tanto en grabar (solamente cuatro años).  

Carlo y Cristian estaban seguros de todo eso, pero lo que más les molestaba, lo que realmente los tenía podridos, era el hecho de que muchos de los que tocaban en esas bandas, las mismas a las que estaban apoyando, a quienes habían prestado sus equipos para ensayar y tocar, cada vez que se reunían, hablaban mal de los Dexenlace.

Que si son famosos es por los vuelos de Eddie, que nunca hicieron otra canción como Rebolera Mentirosa, que se creen la gran huevada, que no hacen rock, que son maricones, que son mujeriegos y un largo etcétera.

Luego de uno de sus cada vez más distantes ensayos, en su propio estudio, adornado con botellas de vino, pastillas de colores y humo de tabaco,  justo antes de acabarse la última línea, se lo hicieron saber a Eduardo.  Él les respondió igual que las otras veces.

- Cristian, esos mismos manes, algún día nos van a dar la mano, uno nunca sabe.  Entiende que sin una verdadera escena, nosotros tampoco existimos.

- El problema es que eres ñañero, y te gusta que te alaben - le respondió Cristian enojado - .  Los amigos de verdad te decimos las cosas como son.

- ¡Los amigos de verdad no joden tanto!




Los bares cambiaron de nombre, las guitarras tenían nuevos dueños.

Aprovechando un préstamo, y su relativa estabilidad laboral, Carlo se compró un departamento en una ciudadela privada en Samborondón.  Vivía ahí con su novia hispter y su hija.

En la televisión, un prolijo Eduardo, era una imágen común, gracias a su papel principal en el último spot del gobierno: “La Revolución Ciudadana ya no marcha ¡ahora vueeela!”

- Carlo, mira, una artículo sobre Los Cangrejos en La Revista - le dijo Marcela, su novia, mientras acomodaba sus lentes de marco excesivamente grueso.

- Deja ver.

“... son Los Cangrejos, una nueva banda guayaquileña, quienes le están dando forma al rock en nuestra ciudad.

Alex, ¿A qué le atribuyen la poca presencia de la música de los jóvenes en los medios masivos?
En realidad, son algunas cosas, pero si los productos no son buenos, la radio no tiene porqué pasarlos.  Nosotros queremos ser un referente para los que vengan, porque eso nos hizo falta.

En el pasado hubo bandas como los Dexenlace con temas que pegaron en la radio.

Pero no llegaron a ser referentes, una vez que estuvieron establecidos, el miedo a los nuevos grupos los hizo fracasar.  Se desbandaron y huyeron.  La gente se aburrió de gritar vueeela.

¿Es cierto que fue en una gira de Eddie que ustedes tocaron por primera vez fuera de Guayaquil?

Claro, de hecho fue ahí cuando por accidente tuve que tocar el bajo con mi pierna ortopédica, y fue desde ese momento que la gente empezó a gritar ¡pieeerna! ¡pieeerna! en nuestros conciertos.

¿Qué se siente estar nominado al Grammy?

Es una gran responsabilidad, por eso estamos armando el Maleconfest, para que de una vez por todas, las bandas de Guayaquil nos unamos para crear una verdadera escena...”

- ¡Marcela!

- ¿Qué pasó? ¿Qué dicen Los Cangrejos?

- Nada importante, el mismo cuento.  Viste a la nena, vamos a pasear.
- Pero, esperemos a que deje de llover.

- Entonces no saldremos nunca.




Escrito por Dany Freire el 23 de mayo de 2011 para el Taller de Escritura de Cuentos "Combustión Espontánea" a cargo de Miguel Antonio Chávez